El Águilas Fútbol Club empató a cero ante el Fútbol Club La Unión Atlético en el encuentro disputado hoy en el Estadio Centenario El Rubial y correspondiente a la jornada 16 del campeonato en el Grupo IV de Segunda Federación. Los blanquiazules fueron mejores que su rival en el segundo tiempo e hicieron méritos para llevarse el triunfo, si bien la madera y un arbitraje sibilino del madrileño Jaime Muñoz Moreno le privaron de conseguirlo.
Posiblemente, uno de los refranes más acertados del vasto y prolífico repertorio del que presume el castellano es aquel que reza eso de “¡Qué poco dura la alegría en casa del pobre!”. Dos jornadas, en el caso de los nuestros. Tras dos semanas de victorias en las que el Águilas ha tomado, por este orden, oxígeno e impulso, hoy la realidad ha vuelto a dar un bofetazo futbolístico a Fran Alcoy y los suyos. Y lo ha hecho de la manera más frustrante para cualquier deportista profesional: a través de un arbitraje escandaloso y difícilmente defendible por los autores del mismo: Muñoz Moreno y sus dos asistentes, Murciego Cabezas y Charle Llamas. Les prometemos que, aunque los apellidos puedan parecer puestos adrede para burlarnos de ellos, no hay trampa alguna, de verdad que se llaman así.
El duelo fue un calco de lo que el citado entrenador valenciano pronosticó en la rueda de prensa previa al mismo: largo (no lo tomen en sentido literal, que luego les contaremos otra al respecto), disputadísimo y de pocos goles. Ninguno, para ser más precisos, de hecho. La Unión, que hizo su partido y nadie ha de criticarle por ello, prácticamente no tiró a puerta. Y el Águilas, algo espeso en los primeros 45 minutos, mejoró tras el descanso y dispuso de hasta cuatro ocasiones claras en el tramo final del encuentro.
La primera de ellas, cabe decir, es la que indignó a la grada y, muy probablemente, marcó el devenir del partido, por más fuerte o definitivo que llegue a sonar. Y es que en el 69’ (un número que en condiciones normales sonaría infinitamente más divertido), Nando le robaba la cartera a Rafa Ortiz para acabar plantándose solo ante la portería de Salcedo. Al lateral minero no le quedó entonces otra forma de impedir su avance que no fuese cometiendo penalti. O al menos eso debió pensar él, puesto que ni Muñoz Moreno ni su asistente creyeron que el agarrón fuese lo suficientemente claro como para indicar la infracción y, casi con total seguridad, expulsar al jugador visitante. La acción, para que se hagan una idea los que no la vieron en directo, es similar a la que hace tres semanas le costó la roja directa a Blas ante el Villanovense. Similar… por no decir idéntica. La única diferencia, no obstante, es que hoy, por el motivo que sea, el trío arbitral se negó a pitarla. Y no usamos el término de forma baladí, ya que el juez de línea estaba a escasos dos metros de la jugada y tampoco el colegiado principal andaba lejos o en una zona de mala visibilidad. No señalaron penalti, porque no quisieron. Es así de simple.
Muchos argumentarán que los lloros postpartido son de club pequeño, pero agota tener que luchar contra tantos elementos de forma casi semanal, cuando el resto de equipos, como es normal, juegan con las mismas normas. Algún día, alguien debería salir a explicar por qué al Águilas, por contra, se le aplica otro reglamento. Hasta al menos creyente en las conspiraciones y las manos negras, le cuesta ya entender que todo esto que está ocurriendo desde el comienzo de temporada no sea algo deliberado. Esa es la única explicación posible al hecho de que hoy tres personas (dos de ellas, en una posición privilegiada) no vean un penalti que todos los demás apreciaron y protestaron desde la más absoluta impotencia. Y lo peor es que no es la primera vez: el gol anulado a Ebuka ante el Almería, el surrealista fuera de juego que le indicaron la pasada semana a Javi Castedo en Granada, la injusta y ridícula expulsión de Nando en el Iberoamericano de San Fernando, aquel penalti obviado a Juan Delgado ante el Xerez Deportivo y, por supuesto, el famoso “penalti” que nos costó la victoria en Torremolinos. Casualidades de la vida, por cierto, el árbitro de aquel día, Valero Barrales, era del colegio madrileño. Como el de hoy, vaya. Saquen ustedes sus propias conclusiones.
Frustraciones aparte, el Águilas acumuló méritos de sobra para llevarse el partido en los últimos minutos. Soler estuvo a punto de volver a ponerse el traje de héroe, pero, esta vez, su llegada desde segunda línea en el 88’ se estrelló contra el palo. El rebote le cayó a Héctor Martínez quien, con el portero batido y fuera de su zona, no acertó a enviar la pelota al fondo de las mallas. Tomás Inglés también estuvo cerca de materializar el gol del triunfo con un disparo que salió cerca del poste. El remate del punta del filial fue la última acción de un encuentro que, para cerrar el esperpento perpetrado por Muñoz Moreno, sólo tuvo dos minutos de añadido.
Fuente: Águilas FC