Las agresiones sexuales a mujeres es un hecho que, desgraciadamente, siempre se ha dado. En cualquier sociedad, época o país, han existido, existen y existirán este tipo de conductas, siendo además delito en cualquier país occidental y democrático. Sin embargo, en los últimos años, en vez de reducirse estos comportamientos, han ido a más y se han multiplicado las agresiones sexuales contra mujeres, habiendo obtenido aún más relevancia mediática con las conocidas como manadas. Este tipo de denominación se dio por primera vez con la conocida agresión sexual de los San Fermines del año 2016, siendo este caso un antes y un después en la lucha contra este tipo de violencia contra la mujer, porque sí hay que reconocer que las principales víctimas de esta tipología delictiva son, sin lugar a dudas, las mujeres y los menores, es decir, las personas generalmente más vulnerables o débiles desde el punto de vista físico. Ese 2016 se produjeron todas las circunstancias necesarias para que el hecho tuviese una especial relevancia mediática, y con ello un interés político que sirvió para impulsar una serie de medidas de concienciación social que pudieran haber provocado en las víctimas una mayor predisposición a denunciar este tipo de hechos. Igualmente se polarizó un problema que existe y que no es cuestión de verlo desde una perspectiva feminista, machista, de izquierdas o de derechas, sino de una realidad constatable y objetiva que indica que existen múltiples agresiones sexuales a mujeres y prácticamente en su totalidad los autores son hombres.
No voy a valorar las decisiones políticas, polarizadas cada vez más, ni las novedades legislativas que se han producido, sino que voy a intentar analizar el motivo de la proliferación de estas conductas grupales, así como de los delitos contra la indemnidad sexual. Los últimos datos estadísticos del Ministerio del Interior realmente valorables en relación a variaciones delictivas serían los del presente 2022 y los que se produjeron en el 2019, ya que no se pueden valorar correctamente los datos durante la situación excepcional de la pandemia, y estos nos dicen que si en el año 2019 ya se produjo un incremento del 18,8% en delitos contra la indemnidad sexual respecto al 2018, en lo que llevamos del 2022 el incremento es del 38,5%, o lo que es lo mismo, que en el primer trimestre del 2022 se han denunciado 1014 casos más que en el mismo trimestre del 2018, subiendo las agresiones sexuales casi un 44%. Estos datos reflejan un incremento de este tipo de delitos que sin duda deben de hacer reflexionar sobre qué sucede en nuestra sociedad, si bien, como ya he comentado, posiblemente se ha producido una disminución de la cifra negra, es decir, las mujeres tienen una mayor predisposición a denunciar este tipo de hechos, habiéndose reducido la importancia de factores represivos tan importantes en la interposición de denuncias como la estigmatización de las víctimas o el apoyo institucional o social a estas.
Pero hay que preguntarse qué factores hacen que una sociedad más desarrollada, con mayor acceso a la educación, a la cultura, y con unos derechos civiles igualitarios entre todos sus ciudadanos, tenga cada vez un mayor número de agresiones a uno de los derechos inviolables del ser humano, como es la libertad e indemnidad sexual.
Uno de los factores que se considera como más relevante en este cambio de tendencia es el consumo en edades tempranas de pornografía. En general, estamos creando una juventud menos madura, pero con acceso más temprano a conductas propias de la madurez. Al igual que el consumo de marihuana no afecta igual a una mente de 13 años que a una de 18, la pornografía también distorsiona la realidad de una relación sexual en esas edades, y desgraciadamente el acceso a ese material es demasiado fácil para cualquier menor que no tenga un debido control familiar. Internet facilita ese acceso sin prácticamente ningún requisito, y cualquier niño de 11 años que ya tenga un móvil puede ver sexo explícito entre varios adultos, orgías de sexo duro o violaciones donde la mujer se supone que disfruta, como si eso fuese lo normal en una relación. Se cree que este factor tiene gran importancia en el aumento de agresiones por parte de menores y jóvenes que se está produciendo en los últimos años. Para solucionar esto es imprescindible prestar especial atención a las páginas donde entran nuestros hijos, teniendo el ordenador en zonas visibles de la vivienda y realizando control parental en los móviles en sus primeros años de uso.
Otro factor es el excesivo consumo de alcohol y sustancias. La desinhibición provocada por este exceso lleva a una doble distorsión al agresor, por un lado, respecto a uno mismo, creyéndose deseado irresistiblemente y por otro respecto a la víctima, entendiendo un consentimiento no otorgado. Como siempre, el elevado consumo de cualquier droga afecta al comportamiento y a las capacidades cognitivas en cualquier ámbito personal, por lo que es un elemento a tener muy en cuenta cuando se producen este tipo de agresiones sexuales.
Además, existen factores personales que pueden potenciar este tipo de abusos o agresiones. Existen trastornos de la personalidad que pueden afectar a que los agresores tengan un bajo control de los impulsos o, al igual que con el alcohol y las drogas, que sus habilidades cognitivas se encuentren limitadas. Además, en muchas ocasiones la agresión sexual va aparejada a una dificultad para mantener relaciones interpersonales, que deriva en una baja autoestima y empatía, lo que facilita la agresión, e incluso en ocasiones su reincidencia.
Además, un elemento clave para reducir este tipo de delitos es el modelo familiar y educacional del individuo. Es fundamental haber crecido en unos valores éticos que reconozcan la igualdad entre el hombre y la mujer, incluido desde el punto de vista sexual. No hablo desde lo que es legal o no, que creo sinceramente que hombres y mujeres compartimos los mismos derechos, sino de ciertos valores que van unidos al entorno familiar, social y educativo, donde debe promoverse la igualdad y la bondad. Desde pequeño he crecido con comentarios y actitudes en mi entorno más o menos machistas o, como se dice ahora, en una concepción heteropatriarcal, como toda mi generación, y reconozco que tendré ciertos rasgos dentro de esa educación recibida, pero los valores éticos que me han enseñado en mi entorno harían impensable que llevara a cabo una conducta de abuso sexual hacia una mujer.
Por ello, y como factor determinante para reducir este tipo de delitos, es imprescindible educar desde la igualdad entre mujer y hombre, además de ser si cabe más importante que esto de educar desde el respeto a los demás, aunque, sinceramente, creo que últimamente la educación en los entornos familiares es el gran caballo de batalla en nuestra sociedad, habiendo delegado la educación a terceras personas, aparatitos digitales y al propio sistema, sin pensar que es en el entorno familiar donde se van a interiorizar realmente los valores éticos esenciales como respeto, igualdad, honestidad, libertad, justicia, bondad, etc.
Siempre habrá agresiones sexuales, pero podemos reducir su incidencia si desde el hogar, la familia, la sociedad, somos capaces de enseñar a las siguientes generaciones los valores éticos esenciales que deben guiar a una sociedad moderna, democrática y plural. “Procure no ser un hombre con éxito, sino un hombre con valores” (Albert Einstein).
Artículo: Juan Domingo Guerrero.