Ha pasado otro verano más, el segundo post pandemia, y se continúa estabilizando la situación y sobre todo normalizando toda la locura que nos ha tocado vivir, siendo posiblemente el último con restricciones horarias similares a las que hemos tenido. Estas restricciones están siendo cada vez más laxas, y en poco tiempo tiene pinta que las limitaciones van a ser mínimas. Sin embargo, hemos visto cómo en ciertos lugares, o en ciertos sectores de la sociedad, no han tenido la voluntad de aceptar las restricciones existentes y se han pasado todo esto por el forro, sin que se haya podido evitar la masificación de personas y los botellones desbordados, echándonos las manos a la cabeza.
El botellón no es algo actual, sino que es algo que se está repitiendo desde finales del siglo XX en toda España, y cuya realización prácticamente se tiene aceptada socialmente, aun cuando no sea posible ni se deba consentir su aceptación legal. Se tiene como origen del botellón la reacción que tuvieron, hace exactamente 30 años, los jóvenes en la provincia de Cáceres al aumentar las limitaciones horarias de los establecimientos públicos, extendiéndose por el resto del país, hasta llegar a nuestros días. Inicialmente se consideró un fenómeno social o moda, hasta cierta forma simpática, si bien ha ido derivando hasta un problema social muy difícil de atajar y de explicar, porque por un lado está aceptado socialmente, pero por otro es perjudicial socialmente, estando además fuertemente arraigado en grandes ciudades y desplazándose a pueblos en períodos vacacionales.
Por ello es difícil encontrar soluciones a una actividad que se mantiene tan normalizada entre la juventud. Desde hace años se habla de agrupar a los jóvenes en lugares poco habitados, pero sería difícil de entender cómo una administración que te prohíbe legalmente una actividad por otro lado te está habilitando realizarla en un lugar donde no moleste a otros. Ello nos debe hacer recapacitar sobre la doble moral que ejercemos con este problema. Realmente no nos molesta que se realice, sino que se realice y nos moleste.
El botellón realmente es un problema social, moleste o no individualmente, ya que conlleva otra serie de conflictos asociados por diferentes motivos:
1- Ruidos, siendo este el principal motivo por el que cualquier ciudadano llama a las fuerzas y cuerpos de seguridad. Por ello, para la administración y los vecinos, si se desplaza el problema a un lugar poco poblado se consigue la mayor y mejor solución posible, ya que no se reciben quejas de los vecinos y los jóvenes van a conseguir realizarlo. Legal y moralmente es una solución muy triste, porque es ser hipócrita con las propias normas que te rigen, pudiendo considerarse una prevaricación. Aun así, no hay que engañarse, es la solución más usual, y por otro lado la que aportaría más control a este fenómeno.
2- Suciedad. Todos hemos visto las imágenes de la playa de la Colonia o de la zona conocida como “el ocho” un domingo de piñata. El gasto en personal y medios técnicos relacionados con el botellón es muy alto para la administración, sin hablar de la triste imagen que se da al ver la acumulación de basura que se genera.
3- Establecimientos públicos. Es normal que los bares o locales de ocio se quejen de la permisividad de ciertos botellones, ya que mientras ellos pagan sus impuestos religiosamente y cumplen las limitaciones que se les exigen, en las plazas y descampados sólo existe la exigencia de tener hielo.
4- Consumos excesivos. Para mí debería ser una de las principales causas de prohibición del botellón, ya que no podemos olvidar que aunque vivimos en una sociedad que tiene el alcohol aceptado, en España provoca al año unas 20000 muertes, debiendo de contar aparte la relación directa que tiene respecto a la seguridad vial y los accidentes de tráfico, así como las enfermedades asociadas a un consumo excesivo de alcohol. Además, no hay que olvidar que no se debe de hablar sólo del alcohol en este tipo de reuniones, sino de muchas otras sustancias estupefacientes que campan a sus anchas en los botellones, siendo normal ver menores de edad en este tipo de aglomeraciones.
5- Violencia. Es el resumen de todo lo anterior. Si coges a una masa de jóvenes, digamos que entre 15 y 24 años, y se unen en una plaza, playa, descampado, o calle, y beben y consumen de todo, pues lo normal es que derive en actos violentos entre ellos, contra vecinos, mobiliario urbano, bienes inmuebles, o, como está sucediendo últimamente de forma habitual en las grandes ciudades, directamente contra la policía. La violencia será posiblemente el desenlace final en una reunión de estas características. Aún no he visto botellón masificado en el que no haya al menos algún acto violento.
No hay que engañarse, muchos nos quejamos del botellón, y de mi generación en adelante casi todos lo hemos hecho. Somos una sociedad latina, que nos gusta celebrar con una copa todo y en la que el clima acompaña a la hora de vivir la fiesta en la calle, siendo este el cocktail perfecto para potenciar el botellón. Doy por hecho que no es posible erradicarlo de la sociedad actual, y se continuará denunciando el consumo de alcohol en espacios públicos porque no es posible permitir ese tipo de descontrol en ellos, pero hay que buscar fórmulas que dificulten la facilidad de acceso al alcohol por parte de jóvenes, y sobre todo de los menores.
Intensificar el control de la administración y policial sobre tiendas de conveniencia, que son las conocidas como 24 horas, así como de otras conocidas por la afluencia de jóvenes a altas horas comprando alcohol y conocidas popularmente también por su relación con una determinada nacionalidad oriental, establecer medidas de ocio alternativo para los más jóvenes en el que tengan salidas diferentes a beber alcohol, impulsar el control policial disuasorio y no sólo represivo, establecer medidas de sanción no económicas, o realizar campañas de concienciación educativa pueden ser algunas de las medidas a considerar para ayudar a frenar este fenómeno social, aunque si soy del todo sincero creo que no va a haber forma de erradicarlo, y que derivará en lo que se ve últimamente, en grupos que actúan apoyados en el anonimato de la masa, para hacer daño y actuar violentamente contra el sistema, sus instituciones, o simplemente contra el resto de la sociedad.
La única forma de erradicar el botellón sería desde la propia educación de nuestras casas, desde la ética y la moral que en cada familia se de a las nuevas generaciones. Sin embargo, no hay que tener fe en ello, sin duda es una guerra perdida. Así que asumamos que esta moda inicialmente pasajera va a acompañarnos lo que nos queda de vida, luchemos para que los menores no tengan fácil acceso al alcohol y a esta forma de divertimento, intentemos educar a estos jóvenes en mantener un mínimo de civismo si lo practican, pidamos a la administración que se implique todo lo posible en luchar contra aquellos que favorecen su proliferación, y por último sancionemos conductas antisociales.