Hace algunos años, en Occidente descubrimos horrorizados la existencia de una prenda femenina, el burka, que convertía a las mujeres en presas dentro de su propia ropa. Como todos sabéis, el burka es una prenda de uso obligatorio en algunos lugares de Oriente Medio, que consiste en una túnica integral, desde el pelo hasta la planta de los pies, con una pequeña rejilla que deja respirar malamente, permite ver con muchas dificultades y distorsiona la voz. Una prenda que convierte a todas las mujeres en muebles, que les quita cualquier atisbo de individualidad. Ver un grupo de mujeres con burka es ver un grupo de fardos que casi ni ven, ni escuchan, ni respiran. Y así todos los días de su vida tan pronto como ponen un pie en la calle.
Este verano, en algunas playas europeas han empezado a verse los burkas para playa: los burkinis. Mujeres encapuchadas, vestidas con túnicas, velos, con toda la ropa posible, han empezado a bajar a las playas a hacer bien visible ese símbolo de sometimiento al hombre, de inferioridad absoluta.
El burka, como todos sus hermanos de religión -el yihab, el chador, el niqab- es una prenda cuyo objetivo es proteger al hombre de la tentación. Lo he dicho bien: el burka, los velos islámicos en general, no están para proteger a las mujeres sino para que los hombres, pobrecillos, permanezcan a salvo de la tentación que supone el cuerpo de la mujer, que es una fuente de pecado. Llega un momento en la vida de los integristas en que cogen a sus hijas y les dicen: tu cuerpo es malo, tu cuerpo es pecado, es sexo, es lujuria y por tu culpa, por haber nacido con formas de mujer, puedes hacer muchísimo daño a los hombres. Puedes condenarles. Por eso vamos a tapar bien ese pecado, ese arma homicida que tienes en forma de senos, cuello, caderas, boca y pelo.
El burkini ha llegado a nuestras playas, y ciertos municipios franceses lo han prohibido y han instado a las usuarias a que se vistan de manera apropiada. Y ha sido entonces cuando ciertos sectores que se dicen de progreso, con las feministas en primer lugar, han puesto el grito en el cielo diciendo que las mujeres son libres para vestir como les salga de las narices -por regla general han utilizado otro término más expresivo, inequívocamente de mujer.
Aunque pueda parecer escandaloso, aunque me tilden de facha, de xenófobo y de machista -que ya lo han hecho-, pienso que esta afirmación -las mujeres son libres para ponerse un burkini si les sale del coño- es falsa. Doblemente falsa.
Una playa es un espacio público, no privado; como tal, está sometida a un serie de normas. Una mujer, un hombre, no iríamos a estudiar o a trabajar con el pecho descubierto porque nos echarían al instante; tampoco saldríamos a dar un paseo desnudos por nuestro pueblo porque nos sancionarían.
La colectividad -formada tanto por hombres como por mujeres- tiene todo el derecho del mundo a obligarnos a seguir ciertas pautas de conducta; sin duda es un requisito para que podamos hablar de colectividad, de gente que colabora. Hace miles de años aprendimos a ponerlas por escrito, para prevenir las conductas más perjudiciales. No matarás, no robarás. Si lo haces, tendrás un castigo fuerte. Otras conductas son menos graves, pero así y todo merecen una sanción, en forma de reproche. Comer con la boca abierta, rascarse los huevos en público, eruptar, vestir de manera inapropiada.
Esas pautas las marca la mayoría, y son susceptibles de cambio. Por ejemplo, en 1920 una mujer no podía bañarse enseñando los muslos, y un hombre no podía ponerse un pendiente. En 1960, una mujer no podía enseñar los senos y un hombre no podía casarse con otro hombre. En 2016 ni hombres ni mujeres podemos bañarnos desnudos en las playas, salvo espacios acotados... y en 2030, a lo mejor se nos permite hacer nudismo en la Gran Vía.
Claro que eso será mientras los que imponen los burkas y burkinis sigan estando sometidos a leyes laicas.
En nuestro país, en ese ámbito lleno de defectos y virtudes que llamamos Occidente, esas pautas de conducta están evolucionando hacia una mayor libertad individual. Las mujeres occidentales pueden elegir entre ponerse un bañador, un bikini, ir en topless o desnudarse en algunas playas; y además de eso pueden vestir otras ropas que antes tenían prohibidas, como el uniforme militar, la toga de juez, la bata de médico, el traje de alcaldesa...
Se ha hecho viral en las redes sociales una contraposición de fotos: un sheriff midiéndole el largo del bañador a una mujer americana de principios del siglo pasado... y un gendarme pidiéndole a una bañista que se quitase parte de las prendas del burkini. Ambas fotos se están equiparando cuando en realidad son contradictorias: el sheriff estaba midiendo porque sólo permitía un vestido; el gendarme está midiendo porque ahora es la mujer la que sólo permite un vestido. No ella, pobre víctima que en su país de origen ni siquiera podrá votar y en su casa estará sometida al padre, el hermano, el esposo o el hijo, sino quienes realmente mueven los hilos del integrismo. Esos hombres que cuando ven a nuestras mujeres piensan que son unas zorras por ir enseñando los muslos; y que, si de ellos dependiera, las lapidarían o al menos les impedirían ponerse el bañador. O impartir justicia y meter en la cárcel a un hombre. O transmitir conocimientos en las aulas. O...
Se ha puesto el ejemplo de las monjas que van a la playa a mojarse los tobillos. A nadie se obliga ya a meterse a monja, y la religión católica, la propia de nuestro territorio desde la Toma de Granada, está siendo sometida a las leyes y el pensamiento laico. Nos está costando mucho; sigue habiendo Cañizares de la vida que culpan a las mujeres de las violaciones y acusan a los menores de ir provocando a los pederastas. No nos podemos permitir el lujo de que venga ahora un refuerzo extranjero y nos eche el reloj atrás uno o dos siglos.
Si hoy dejamos que entren los burkini, mañana habrá cien burkinis. Y entonces cuando aparezca alguna mujer haciendo topless, las del burkini la llamarán ramera y sus maridos le lanzarán piedras. Ponerse un burkini no es neutral, igual que llevar una bandera nazi no es neutral, y por eso esos símbolos se prohíben: por lo que implican y por el daño que nos podrían hacer si se generalizasen.
Debajo de un burkini hay una mujer pasando calor, convencida de que enseñar el cuerpo femenino es de zorras. Convencida de que lo normal sería que ninguna mujer enseñase su cuerpo en la playa, porque es pecaminoso por naturaleza. Y convencida de que ésa es la tendencia: habrá que acabar prohibiendo los bikinis y los bañadores, porque si no nuestros hombres se ponen calientes. Por culpa nuestra, de las mujeres, que en el fondo somos unas pecadoras peligrosas desde niñas.
Personalmente me opongo, y me opondré, a que mis nietas acaben envueltas en una maldita cortina con una rendija en los ojos, para que sus brazos y su sonrisa no le den malas tentaciones a los vecinos.
@antoniombeltran