12/08/2024

El padre de Pedro

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Sin duda alguna, José Rabal Quiñonero tiene méritos suficientes como para que yo me refiera a él ahora, en estas líneas rápidas pero sentidas, como «el padre de». Pero me vais a perdonar que lo haya hecho así. 

Primero mayordomo, luego presidente del Paso Blanco de Águilas durante medio siglo –desde su primera juventud hasta su fallecimiento repentino, el pasado jueves por la mañana–. Trabajador con mucha mili y muchos kilómetros a sus espaldas. Un aguileño bien conocido y estimado por los suyos, tanto en el propio municipio como en sus pedanías, pues no olvidemos que también era Cruz de Plata de Calabardina.

Pero yo quiero hablaros hoy del padre de mi amigo, el pintor flamenco Pedro Juan Rabal. Porque es a ese hombre a quien he tenido el gusto de tratar y de admirar.

Seguro que conocéis la frase de la inmortal Concha Velasco: «Mami, quiero ser artista». Pues allá por el cambio de siglo, el niño Pedro Juan se acercó a sus padres, Pepe y Cleo, y les vino a decir lo mismo. «Quiero ser pintor». Pero no de brocha gorda, con una cuadrilla y su agenda de clientes, que esos al menos ganan pasta, sino de los otros, de los que cogen un lienzo en blanco y sacan, qué sé yo, una barca de pesca, un bailaor en pleno trance o el cartel de un Carnaval Internacional.

Al oír aquella frase que convertía a su hijo en un artista, Pepe –el padre de Pedro Juan– no se llevó las manos a la cabeza, no trató de quitarle los pájaros que le revoloteaban por la mente, ni de cortarle las alas. Todos deseamos lo mejor para nuestros hijos, y por eso, desde que el primer artista se manchó las manos de arcilla en Altamira, siempre ha habido padres y madres dispuestos a encauzarlos de la manera más segura, la menos peligrosa. Hazte funcionario, hijo, sácate unas oposiciones a cualquier cosa. Métete en política, en el partido que sea, uno de los grandes. Hazte médico como el abuelo, profesora como la mamá, ponte al frente de la ferretería de los abuelos... pero que no se te ocurra empezar a escribir novelas, hacer poesía, irte a tocar la guitarra por las calles o empezar a dibujar cuadros, que vete a saber cómo te salen y quién pijo te los va a comprar.

El padre de Pedro Juan, por el contrario, le dijo: «Si eso es lo que quieres, ponte a hacerlo». Y ahí fueron los estudios en la Universidad Miguel Hernández de Altea, que no debieron de ser baratos porque muchos sabéis lo que cuesta tener al zagal estudiando fuera, y además no era el único hijo.

El talento –si fuésemos flamencos como Pedro Juan, diríamos «el duende»– quizás se lleve en el ADN, pero cuando mi amigo se vio con el título universitario en el bolsillo, había que empezar a trabajar para que diera resultados. De eso él sabía suficiente, porque fue la lección que le dieron en casa desde que era bien niño. Pero luego, además, había que presentar las pinturas en las exposiciones.

Pese a lo que dice el refrán, el buen paño NO se vende en el arca. Tienes que montarlo como puedes en el maletero de un pequeño Peugeot 106 y hacer kilómetros. Pedro Juan, muy pocas veces hizo solo esos kilómetros. Al volante, buen conocedor de las carreteras, estaba su padre, Pepe. Manos encallecidas por el trabajo, miles de horas recorriendo los caminos, y ahora hazte cientos de kilómetros para que tu hijo pueda colgar un par de cuadros. Así se mete este lienzo en el maletero, así caben dos cubos de pintura, por esta carretera nos ahorramos el peaje. Vamos a parar para comer, zagal, y por supuesto invito yo; que para eso soy tu padre.

Rutas por Andalucía, La Unión, Lo Ferro, Torrevieja, Rojales, El Vendrell... Un joven que empieza su camino sabiéndose reconfortado, apoyado por su padre, cuyas vivencias habían sido muy distintas, pero que estaba dispuesto a que su chaval siguiera su propio camino. Y lo tuvo.

Pepe Rabal se ha muerto. Sus últimos pasos en este mundo los dio agarrado a su hijo, Pedro Juan, igual que este aprendió a gatear de la mano de su padre. La gente querida siempre se va, porque eso es ley de vida, aunque algunos como él se han ido demasiado pronto. Lo que importa es el camino que se recorre. Y Pepe –con su esposa– ha recorrido el camino correcto. Ayudando a sus hijos. Marcándoles el paso por la vida. Dejándoles tomar sus propias decisiones, sabiendo que iban a tener apoyo y cobijo en casa si algo salía mal.

Pepe: tu camino ha sido bueno. Has criado a un hombre honesto. Y has dejado volar a un pintor cuyo arte es evidente y nos hace mejores a todos. Todas las rutas, todas las charlas, quedan en la mochila de Pedro y de Ginesa, de Cleo y de todos tus amigos. De todos los galardones que te dieron en vida, puedes quedarte para siempre con el más importante, aquel que nos hace reflexionar y afirmar: «Este hombre fue un buen Padre».

DEP Pepe Rabal.

 

 

Antonio Marcelo

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