Los duendes son unos de los personajes fantásticos más conocidos, por encontrarse en las leyendas de todo el mundo. Este ser tiene un tamaño reducido, con orejas alargadas, es travieso, bromista y malicioso. Tiene poderes mágicos, viste con ropa vistosa y colorida, cubriéndose con un sombrero puntiagudo. Le gusta instalarse en viviendas humanas, donde suele dar cuenta de su actitud aviesa, alterando la tranquilidad de sus habitantes.
No suele mostrar su apariencia real, adoptando para pasar desapercibidos las formas de animales, principalmente domésticos como perros o gatos, o aves cotidianas como los gorriones o palomas, pudiendo hacer la transformación completa en unos segundos.
La etimología de su nombre proviene de la expresión "duen de casa" o "dueño de casa", por su carácter entrometido al "apoderarse" de los hogares y encantarlos. Otros datos indican que podría venir también del árabe "duar de la casa" ("que habita, habitante").
Este tipo de supersticiones ligadas a los hogares aparecen en época romana asociadas a la religión pagana, que afirmaba que había unos dioses menores domésticos, los lares o genius loci, que habitaban una casa, a la que estaban ligadas con la función de protegerla.
Los vínculos que mantienen con la familia se han conservado intactos hasta el presente, como demuestran el relato del cedazo que Pablo Díaz Moreno ha recogido en el campo de Águilas.
“Dice que había una pareja recién casada que vivía en una casita y a la mujer le desaparecía todo, iba a echar mano al ceazo y no lo encuentra, iba a echar mano a otra cosa y no la encontraba, y entonces dice:
–¡Mira, yo aquí no me quedo porque aquí hay algo, aquí hay algo
Y oía risas. Entonces coge el marido, dice:
–Pos mira, nos buscamos otra casa y nos vamos de aquí, ya está.
Y cuando iban de camino dice:
–¡Ay nene, que nos hemos dejao el ceazo!
Y que saltó una voz, dice:
–¡No, el ceazo lo llevo yo!
Iba el duende encima la burra”
Debido a su carácter escurridizo, burlesco y festivo, se les atribuyen ser los causantes de todo tipo de daños en el entorno doméstico cuando habitan en una casa. De ahí su predilección por guardar o esconder joyas o dinero, hacerse invisibles, cambiar las cosas de sitio, tirar y volcar los platos de comida y perseguir asustando a niños de corta edad, a los que suelen mostrarse.
Las fuentes orales recogidas en Águilas indican que la única manera de que abandonaran una casa cuando se instalaban, era emplear alguna estrategia para engañarlos y que dijeran su edad.
El folclore aguileño incorpora estas criaturas, demostrando así la enorme riqueza del mismo, encontrándonos incluso un tipo de duendes con un nombre específico: los ratones coloraos. Una definición presente en toda la región que nos indica las distintas influencias culturales de la población, donde destaca principalmente el componente histórico murciano- andaluz.
“Eres más listo que los ratones coloraos” es una expresión que se utiliza para enfatizar la inteligencia, lo despierto y creativo que nos resulta un niño. No solo seria para los infantes, puesto que también se emplea para personas que son resolutivas o saben desenvolverse.
El origen de la alocución tiene varias teorías. En Jerez, los "ratones coloraos" (topillos de campo, de color marrón rojizo) tenían fama de listos pues siempre encontraban las botas de Pedro Ximénez (el vino más caro). La explicación que daban era que el vino era el de mayor concentración en azúcar y las gotas que rezumaban de la bota y caían a tierra eran las que atraían a los topillos. Antiguamente, se solía guardar la comida en distintos lugares para evitar que se echasen a perder o que los animales se los comiesen. La comida más valiosa, como el jamón o la zurrapa (que puede tener un color rojizo) se ponía en los lugares más seguros, pero a veces los ratones llegaban tintándose de rojo mientras comían. Otra versión atribuye el inicio de esta sentencia en Sevilla y que el verdadero “creador” de esta expresión es un sevillano llamado Rodrigo Sánchez que viajaba en el Beagle junto a Charles Darwin, y que éste un día le comentó que había observado que los únicos roedores que conseguían escapar de las serpientes en las Islas Galápagos eran los “reddish mices” (“Ratones rojizos”), el sevillano, ni corto ni perezoso le contestó: “you’re even smarter than the reddish mices!” (“Usted es más inteligente que los ratones rojizos”) Cuando el sevillano regresó a su tierra popularizó la frase: “Ser más listo que los ratones coloraos”, que sigue empleándose actualmente coloquialmente.
Los duendes típicos de Murcia son denominados de esta manera. En “La Guía de los seres mágicos de España” de Carlos Canales y Jesús Callejo aparecen descritos minuciosamente.
"Estos minúsculos seres viven en Murcia donde es conocida la frase “eres más listo que un ratón colorao”. Al parecer, son especialmente listos, lo que no deja de ser una rareza dentro de la familia de los duendes, gustándoles sobremanera la música y la danza. Prácticamente no hay noticias sobre ellos, y su propio nombre indica que les gusta manifestarse a los hombres en forma de ratones, vistiendo probablemente una blusa o bayeta de color rojo a semejanza de los Trasgos. De las pocas cosas que se sabe de ellos es su cariño hacia los tiernos infantes, haciendo con sus juegos y movimientos las delicias de los mismos, entreteniéndolos cuando están llorosos y cuando no hay presencia de mayores por los alrededores de la cuna, aunque de todas formas, solo los ojos de los niños pueden ver sus piruetas.
Creemos que son duendes genuinos que por estas latitudes gustan de transformarse en ratones para pasar desapercibidos y, tal vez, para adecuarse más a un medio que de otra manera no les sería tan propicio. Algo similar ocurre, por ejemplo, con las transformaciones en animales que efectúan los duendes vasco-navarros, más acordes a la fauna doméstica del lugar y siempre buscando ese factor mimético que tanto les divierte".
Un cuento recopilado por Andrés Guerrero Alcázar habla de las acciones que estos realizan.
Hace tiempo, una campesina murciana quedó viuda con un hijo muy pequeño. Su única hacienda era una huerta que ella cultivaba con mucho esfuerzo para dar de comer a su hijo.
Todos los días, al amanecer, la joven salía de su casa con una cesta de frutas y verduras para venderlas en el mercado.
No tenía vecinos ni familiares que cuidaran de su hijico, y aunque se le rompía el corazón, no le quedaba más remedio que dejarlo solo en casa. Necesitaba el dinero para darle de comer.
-No te despiertes hasta que yo vuelva, ángel mío -murmuraba, y desde la puerta le lanzaba un beso con la mano. Procuraba regresar cuanto antes, pero siempre encontraba a su hijico llorando desconsolado en la cuna:
-¡Mamá!, ¿por qué te vas? ¡No te vayas más!
Pero un día, en que desesperada como siempre, corría de regreso a casa, al llegar, para su sorpresa, lo encontró riéndose a carcajadas.
-¿Hoy no has tenido miedo, Pencho? -le preguntó.
-Un ratoncico ha cantado una canción y hemos estado bailando.
La madre pensó que eran imaginaciones del niño y le siguió la corriente, pero, a los pocos días el pequeño comenzó a cantar una canción que ella desconocía.
-¿Quién te ha enseñado esa canción, Pencho?- le preguntó.
-El «ratón colorao».
-¿Y quién es el «ratón colorao» ?
-Me ha dicho que es un duende –contestó Pencho.
-Un duende... ¡Ah! Muy bien...
-¿Qué es un duende, mamá?
La joven madre se lo explicó cómo pudo y pensó que su hijo Pencho había soñado lo del «ratón colorao».
Pero un día encontró al pequeño leyendo un trozo de papel que se había quedado pegado en el fondo de la cesta de las verduras.
-Pero, Pencho, ¿tú sabes leer? -preguntó la asombrada madre.
-Sí, mira: aquí dice za-pa-to.
La madre, asustada, fue corriendo hasta la escuela del pueblo con su hijo de una mano y el trozo de papel en la otra.
-Señora maestra, ¿podría decirme qué pone aquí?
-Zapato. Ahí pone zapato.
La campesina, sin entender nada, se tuvo que sentar.
-Mi hijo ha aprendido a leer él solito -murmuró.
La maestra, que no se lo podía creer, se dirigió a la pizarra, escribió «Matusalén» y le preguntó a Pencho:
-¿Qué pone aquí, pequeño?
-Matusalén -respondió el niño con una sonrisa angelical.
-¡Este niño es más listo que los «ratones coloraos»! -exclamó la maestra-.
Desde mañana puede traerlo al colegio. Pencho, ¿cuántos años tienes? -le preguntó al niño.
-Tres.
-¿Quién te ha enseñado a leer?
-El «ratón colorao» -contestó el pequeño.
-No me engañes: habrá sido tu mamá.
-No, señorita. Yo no sé leer -dijo la madre.
-Pues dígale al niño que no se debe mentir.
La campesina volvió con su hijo a casa muy preocupada. Al día siguiente, salió de casa como si se dirigiera al mercado, pero se quedó fuera mirando por la ventana, dispuesta a averiguar quién visitaba a su hijo en secreto.
Poco después vio aparecer a un ratón vestido de rojo con una guitarra entre las manos.
El simpático animal comenzó a bailar alrededor de la cuna hasta que Pencho se despertó y se puso a bailar con él.
La madre abrió la puerta de pronto, pero al instante, el ratón desapareció. Abrazó a Pencho con lágrimas en los ojos y pensó en agradecer de alguna forma al «ratón colorao» lo que hacía por su hijo.
Desde aquel día, dejaba una tostada con miel para su hijo y otra para el buen «ratón colorao».
Los mayores creemos que los «ratones coloraos» no existen pero, como de costumbre, estamos equivocados: lo que pasa es que no recordamos que nos visitaban en la cuna.
Aunque la madre de Pencho se lo recordó siempre a su hijo”
En Cádiz se habla de los duendes coloraos, que también solo son vistos por los niños con los que cantan, bailan y juegan. Siendo, por tanto, una adaptación de los personajes analizados.