La necesidad de comunicarse nace junto con los primeros seres vivos. El hombre desde que tiene conciencia, buscó siempre una forma para comunicar sus pensamientos y sus acciones. Los medios para establecer la comunicación a lo largo de la historia han sido diversos, hasta la aparición del telégrafo en el Siglo XIX. Desde banderas, como las que se usan de indicadores en navegación marítima, campanas, utilizadas por la iglesia desde hace siglos para dar distintos avisos o noticias, luces o espejos utilizando sus destellos como código, hogueras o ahumadas encendidas como alerta por las torres de vigilancia, palomas incorporando mensajes, silbidos, que en la isla de La Gomera tienen un alfabeto propio o tambores y cornetas que se emplean en ámbito militar. No obstante, si merece destacarse uno serían las caracolas marinas. Eran un elemento propio de nuestro entorno rural, un sistema de comunicación particular. Se usaban como aviso en situaciones excepcionales, avisando de acontecimientos o de ciertos peligros como eran defunciones, bodas, incendios y sobre todo en caso de riada cuando la rambla se desbordaba. Estaba incluso codificado, como Juan Ruiz Parra recoge en su libro “El mundo simbólico de los pescadores de Águilas… “Antiguamente las empleábamos para comunicarnos entre los cortijos dispersos por el campo. Los mensajes se transmitían a través del sonido que se obtenía soplando por un orificio practicado en el extremo agudo de las caracolas. Este sonido estaba codificado: un toque largo, comer; tres toques, se ha producido un fallecimiento” Las labores de carga que se hacían en el puerto también eran anunciabas mediante este elemento como recuerda José Benito Cárdenas “Hombres y mujeres, adolescentes y niños trabajaban a destajo confeccionando balas de esparto que con ligereza y habilidad se echaban en una prensa y en pocos minutos salían bien sujetas para ser embarcadas. Cientos de carros, avisados y convocados, algunas veces, con caracolas al estilo pirata (hoy recuperadas y empleadas en la suelta de la Mussona gracias a la inestimable labor de los Amigos de las Tradiciones), cargaban de tres a cinco balas cada uno de esos carros, también a destajo y a la mayor velocidad posible llenaban todas las deterioradas calles de la población rumbo al puerto; de cada carro tiraba una sola bestia, bien un burro mula o caballo”.
El musicólogo Bonifacio Gil indica que en Extremadura ocurría algo similar sirviendo, en este caso, para avisar a los que estaban haciendo los trabajos de recolección de la aceituna.
Aparecían también como ritual en ciertas fiestas de nuestro folclore como las lumbrerás de San Pedro y San Juan. Juan Ruiz Parra alude a esta función en su interesante trabajo sobre el mundo de los pescadores en Águilas “Nos comunicábamos con las caracolas para encender todas las hogueras al mismo tiempo. Cuando las prendíamos, seguíamos haciéndolas sonar. Era muy bonito escuchar el sonido de las caracolas en el silencio de la noche mientras ardían las hogueras. Pablo Díaz Moreno apunta que en esos días era la única ocasión que se podían tocar las caracolas fuera del uso normal de comunicar un hecho relevante para la comunidad.
Dicho empleo puede verse en la obra de Manuel Robles Martínez “El don de un campesino” interesante novela costumbrista del campo aguileño. Éste enfoca su uso como un método de reafirmación de superioridad de los roles masculinos en un contexto cultural especifico.
“Y, mientras entre risas tu cuñada le explica a Cari quienes son y cuál es el papel de las carabinas, oís sonar una nueva caracola más alejada que la de Pinilla (esta lleva ya varios minutos sonando de tanto en tanto). El mozo que hace sonar ésta de ahora tiene sin duda un buen pulmón, puesto que por la parte donde se oye la única hoguera que se está al pie de la sierra del Cantal y aun así la pitada se oye muy bien.
Mas, como trascurrido cosa de cinco minutos Paco y tú mismo os percatáis de que ambos mozos caracoleros se han enzarzado en una porfía a ver cuál de ellos pita más fuerte y da la pitada más larga, tú hermano suelta la carcajada y seguidamente dice:
-Está más claro qu”el agua ca esos fulanos l”hacen tilín alguna de las mozas que tienen alredeor y ninguno d”llos quiere que l”achique el otro; ¡hombre….!
Todos reis”
Las caracolas enlazan con nuestra tradición marinera ya que los barcos de pesca las hacían sonar en la niebla para indicar su situación y evitar accidentes con otras embarcaciones o evitar perderse. Juan Ruiz Parra, en su estudio citado señala de este aspecto “Todos los barcos llevaban una caracola, que se hacía sonar en los días de calma cuando se metía la boria del mar, pues antes los barcos eran de vela latina y si se paraba el viento y se perdía la visibilidad podían chocar y hundirse”. Otro testimonio que aporta en este sentido indica “Cuando llegábamos cerca de Calabardina las soplábamos para que nos respondieran desde tierra. Así íbamos sondeando y, según las brazas, echábamos el hierro (ancla) o no, hasta que la niebla espejeaba (se disipaba).
Fruto de esto, constituían un recurso vital, cuyo sonido era el preludio de un acontecimiento transcendente. Conformaban el único medio posible para lograr comunicarse rápidamente en un hábitat donde la población estaba dispersa. Ante esto, debía evitarse su uso sin un motivo justificado para que no perdiera su carácter simbólico. Por esto se decía era de mal augurio usarla sin una causa aparente insistiendo a los niños para que no las cogieran ni las soplaran.
Indicar también que tenían un uso lúdico formando parte de las cencerradas que se hacían cuando un viudo se casaba en segunda nupcias. Éstas consistían en reunirse un grupo de personas la noche de bodas para acercarse a la casa de la pareja cuando caía la noche con cacerolas, latas, cornetas, todo lo que tuvieran a su alcance que pudiera hacer ruido, para darles una particular serenata que armara un alboroto, impidiéndoles conciliar el sueño.
Mirando en nuestro entorno encontramos un paralelismo de empleo de caracolas en la antigua huerta de Murcia, no sólo en momentos de peligro si no como convocatoria para resolver cualquier asunto vital. La prensa nos indica que se usaban con riesgo de riadas:
Las Provincias de Levante 21/3/1901
La avenida que ayer se inició en el rio Segura, no ha aumentado en la pasada noche.
A pesar de ello no han dejado de oírse fuertemente las caracolas, tocadas por los huertanos ribereños, dedicados a vigilar la riada para avisar de cualquier peligro a sus convecinos.
El Diario Murciano 3/2/1904.
Amenaza de riada. Las caracolas de nuestros huertanos sonaron durante la tarde y siguieron previniendo el peligro durante la noche pasada.
Había un código establecido para alertar a la población. El etnógrafo Tomás García señala que “tenía 2 toques, uno de “preparación” que avisaba a los lugareños cuando llegaba el agua, este toque era avisado a lo largo de todo el Reguerón por los huertanos con el “caracol”, cuando sonaba las primeras veces, los habitantes de la zona se preparaban para las riadas, subían los animales a lugares seguros, a los niños y las cosechas a la cámara de la casa. Por otro lado existía otro toque, éste era el de “aviso de riada”, se ejecutaba cuando reventaba el Reguerón”.
También se utilizaban para llamar a capitulo a los vecinos ante algún asunto que lo requiriera.
Las Provincias de Levante 26/7/1902.
Importante manifestación de huertanos por el pimentón adulterado convocada mediante las caracolas.
El Liberal 11/1/1904
Puente Tocinos: Disturbios por los consumos. Sonaron las caracolas y acudieron muchos vecinos que impidieron las diligencias.
Incluso vemos la importancia como objeto simbólico que no debía de usarse sin justificación.
El Diario de Murcia 2/9/1902.
Puebla de Mula, Mula: Pelea entre vecinos por tocar la caracola por la noche.
Podemos citar más usos relacionados con este sistema de comunicación, así en la ermita de San Isidro en Yecla, está recogido como los jornaleros se juntaban allí, al toque de caracolas, parar despedirse de San Isidro pidiéndole protección y marchaban a los campos de Aragón para hacer la temporada. Al regresar hacían sonar de nuevo sus caracolas y se paraban en la ermita a dar las gracias al Santo por haberles permitido regresar a su pueblo. Dicho toque de saludo aparece también en las cuadrillas de segadores que se desplazaban hasta la mancha. Anunciaban su regreso tocando caracolas como recuerdan los ancianos de la aldea de Capres perteneciente al municipio de Fortuna. También en Cartagena se documenta esta práctica.
La Voz de Cartagena 13/6/1934
A toque de caracola, salieron ayer varias cuadrillas de segadoras da esta con dirección a La Mancha, acompañadas de sus reluciente hoces. Suerte y salud y pesetas a todos.
Bonifacio Gil recoge que se tocaban en los pueblos manchegos para reunir a los segadores o convocar a la procesión del Domingo de Ramos viniendo las caracolas del mar de las Antillas.
Apuntar asimismo que como sucedía en Águilas, está documentado en Murcia, que durante las cencerradas o las hogueras de la noche de San Juan también se hacían sonar las caracolas.
No ha perdido este sistema de comunicación su utilidad. El uso de un código de caracolas se conserva en caza mayor, en las batidas de montería con perros que hacen los rehaleros . Las piezas que se suelen cazar en esta modalidad son ciervos, jabalís, gamos y muflones, teniendo asignada cada especie un toque propio. Reyes Rubio en un interesante artículo en la revista Caza y Pesca, se encarga de explicar al detalle los diversos significados. Encontramos que un toque largo marca principio de la batida. Dos toques largos, más toques breves: Corzo visto. Tres toques largos, más toques cortos: Jabalí visto. Cinco toques largos, más toques cortos: Ciervo visto y tres toques largos: Final de la batida regresando con las capturas realizadas.
Los orígenes de este modo de comunicarse son difíciles de precisar. Está atestiguado, según estudios efectuados en diversas islas del Pacífico a mediados del siglo XX, como comunidades que Vivian en un estadio prehistórico las usaban. Para los pueblos prehispánicos las caracolas eran un símbolo sagrado, un adorno y un instrumento musical. También se documentó en los indígenas guanches de Canarias el toque de las caracolas como señal que marcaba el comienzo y final de las labores agrícolas, formaba también parte de sus ceremoniales o servían de aviso ante algún peligro. La información proporcionada serviría para demostrar su antigüedad desde una base científica con la etnoantropologia comparada por encontrarse en pueblos primitivos.
La pervivencia de su empleo en el periodo histórico es difícil de documentar. Junto con las ahumadas de los sistemas defensivos podrían haberse usado como complemento, advirtiendo de incursiones en nuestro litoral para los pocos transeúntes que pisaran estas costas inhóspitas.
Lo parece confirmar un romance del escritor Ginés Pérez de Hita (1544-1619) publicado dentro de su obra “Historia de la Guerras civiles de Granada” (1595) donde dice que Miguel Zamora que era vigía de la torre de Macenas en Mojacar aviso de una incursión pirata con una caracola.
Ha avistado el gran convoy de Macenas el torrero:
Desde “Mesa de Roldan” se desliza, allá a lo lejos
hacia las “Playas de Sorbas” Ar Naute, con gran pertrecho
de argelinos mercenarios, y de aparato guerrero
El torrero da la alarma; los “escuchas” mojaqueros
al gran Marques de Mondejar comunican el suceso,
y con bajeles y tropas que al lugar acuden presto
Mami Ar Naute es rechazado y derrotado en su intento
En este sentido una leyenda relata que un pastor que estaba en Cope viendo un desembarco de piratas, aviso con una caracola del peligro, haciéndoles frente solo con su honda mientras venía un destacamento militar, logrando detener su acometida antes de que llegara la tropa.
Una evidencia reciente de su utilización la vemos en la denominada como “revuelta de los caracoles” de Alcora (Castellón) en 1801, que recibe su nombre por que eran convocadas las reuniones de los rebeldes con toque de caracola. La causa de la misma tenía su origen fue la negativa del campesinado a pagar el diezmo de algarrobas al Duque de Hijar, no reconociendo como señor de la villa más que al rey, intentándose quitarse la tutela a que estaban sometidos.
También durante las operaciones de los insurgentes cantonales aparece referencia de su uso.
La Paz de Murcia 8/9/1873
Insurrectos de Cartagena pretendieron hacer una excursión por la diputación de Perin, con objeto quizá de recoger víveres, pero aquellos vecinos hicieron señal con caracolas y reuniéndose armados algunos de ellos hicieron huir a los cantonales sin conseguir objeto alguno.
Las caracolas siguieron empleándose hasta mediados de los años sesenta como parece deducirse del testimonio de Josefa Albarracín Díaz que recuerda que durante una visita a la casa de su abuela en las Zurraderas siendo pequeña vino la rambla crecida de agua por lo que se subieron a un cabezo por quedarse rodeados tocando las caracolas de mar.
Por ultimo para acabar señalar que desde hace unos años este objeto acompaña a la figura de la musona en nuestro carnaval haciéndose sonar para recalcar su peligrosidad, advirtiendo de su libertad. De esta manera fue rescatado un importante elemento antropológico de nuestra cultura como es el singular bramido de las caracolas marinas. La función asignada a esta pieza en nuestra fiesta es preventiva ante la proximidad de la bestia, siendo portada por el cortejo que le precede. El sonido profundo que tiene no deja indiferente, nos conmueve llegando a lo profundo y trasladándonos a una fase de primitivismo, siendo un nexo de unión entre la tierra y el mar componentes ancestrales de carácter arquetípico. Estamos retomando su origen primigenio y el valor simbólico que representa el toque de caracolas. Las conchas tienen una larga historia de usos mágicos, ya que se asocian con dioses y divinidades marinas. Explica el antropólogo Mircea Eliade que “son solidarias de las cosmologías acuáticas y del simbolismo sexual. Participan todas de los poderes sagrados concentrados en las Aguas, en la Luna, en la mujer”. Un significado que puede asociarse con la localidad por representar el mar una de las principales fuerzas naturales que actúan sobre el medio reforzándose los vínculos analizados.
Nos encontramos de esta manera con un sistema de comunicación de profundas raíces antropológicas que suponen un importantísimo elemento cultural que enriquece nuestro pueblo.