El asesinato de la profesora zamorana Laura Luelmo, presuntamente a manos de un vecino, ha vuelto a poner de actualidad una situación que por desgracia nunca deja de ser noticia. Hay hombres que están amenazando o asesinando a las mujeres por el mero hecho de serlo. Esto sucede con independencia de la edad de la víctima, de su estatus social, su nivel cultural o la zona geográfica. Lo único que tienen en común es su sexo: a todas las están asesinando porque son mujeres. Y porque hay un hombre –un conocido o un desconocido– que quiere someterlas como sea.
Es un hecho que el cien por ciento de mujeres son víctimas potenciales por el mero hecho de ser mujeres. A mí me puede asesinar un vecino con el que me llevo muy mal, un atracador, incluso –sí– mi exnovia o mi exmujer. Pero lo hará por mi biografía personal, por haber hecho esto o aquello, o quizás como daño colateral, por estar dentro de casa cuando entraron a robar. Pero nunca me amenazarán o me asesinarán por el mero hecho de ser un hombre. A las mujeres, sí.
Después de un feminicidio suelen aparecer dos reacciones, que por suerte son minoritarias pero que sólo generan crispación y no ayudan a darle solución a los crímenes. La primera surge de quienes claman que todos los hombres somos maltratadores o cómplices por el mero hecho de ser hombres. Es una posición tan simplista como afirmar que todos los musulmanes son terroristas, o que todos los alemanes son neonazis.
La segunda reacción proviene de los hombres que se sienten agredidos cuando se nos recuerda que todos los asesinos de mujeres son hombres. Pero ahí están los hechos. A las mujeres las matan hombres. Cada cual sabrá, echando la mirada atrás, si tiene algo que reprocharse en su relación con el sexo opuesto, o si puede mirar a la cara a cualquier mujer y decirle: «Yo, ni he maltratado, ni he reído las gracias». Llamar zorra a la conductora que se salta una rotonda o mandarla a fregar, reír ciertos chistes, presumir que si te ha aceptado una copa ya puedes meterle mano, decir que han llegado lejos por haberse puesto de rodillas... ayuda a interiorizar que las mujeres no valen nada, o sólo valen para llevárselas a la cama.
La solución a los feminicidios es muy compleja, y desde luego yo no tengo la fórmula secreta. Pero sí quiero sugerir que, por lo menos, no incordiemos. No identifiquemos el feminismo y las políticas de igualdad con una conspiración mundial de las mujeres que nos quieren castrar a todos. No nos pongamos a la defensiva como hombres, cuando son las mujeres quienes están siendo maltratadas a diario.
Termino con una recomendación para quien quiera escucharla. Faltan pocos días para acabar el año: no pongamos a cero el contador de las mujeres asesinadas. No reiniciemos el problema. Las cifras de dos dígitos parece que le quitan fuerza psicológicamente a la masacre y convierten a las Lauras de 2018 en sucesos de un tiempo pasado. No es «la primera víctima de 2019», o la primera de Murcia. Son muchos miles, y las están masacrando a cada hora.