La idea de hacer trasplantes o injertos ha estado presente a lo largo de la historia. Hace tres mil años en la india ya se practicaban auto y heteroinjertos de piel, llegándose a una práctica depurada en el caso de reparaciones nasales. Los cirujanos indios tenían mucha práctica con esta técnica, puesto que era común que los que habían cometido delitos se les cortara la nariz. El método indio obtenía la piel para el injerto de la frente o la mejilla del paciente. El médico indio Susruta escribirá una completa obra "Súsruta-samjita" (500 a.C) que contiene diversas prácticas quirúrgicas. Los árabes en el 700 d.C recogerán parte de este trabajo aplicando sus conocimientos, que al no tener continuidad se perdieron las técnicas médicas empleadas.
En el ámbito europeo, las primeras referencias que aparecen serán durante el periodo clásico. En la etapa romana, Aulio Cornelio Celso (S. I d.C), fue autor de una enciclopedia médica con ocho volúmenes “De Medicina”, con un libro dedicado al tema de cirugía. Este empleará, entre los tratamientos que reseña, injertos y colgajos para el cierre y arreglo de los defectos faciales. También, en este mismo periodo, el médico griego Galeno (S.I-II) efectuará trabajos de cirugía reparadora para nariz, orejas y boca. En Bizancio Pablo de Egina (S VII d.C) publicó, en siete tomos, una enciclopedia “Epitome, Hypomnema o Memorandum” con los conocimientos de medicina y cirugía de la época, describiendo algunas técnicas quirúrgicas novedosas, teniendo una especial repercusión en Europa y en el mundo Árabe, destacando dentro del campo de la reconstrucción (fracturas de nariz y mandíbula) y realizando reparación de hipospadias. Indicar que en el Siglo VII aparece la descripción de la reconstrucción nasal del emperador Justiniano II, que había sido mutilada en una lucha, donde se usó la técnica india para ello.
En la Edad Media, los cirujanos barberos eran los encargados de tratar los defectos o heridas faciales ocurridos en combate, lo que resultaba crucial en una época en la que se creía que las desfiguraciones en el rostro reflejaban las desfiguraciones del alma. En el siglo XIV, en Sicilia, el Doctor Brancas avanzó en las técnicas reconstructivas injertando la nariz de un esclavo a su amo, marcando esto un precedente aunque no tendría repercusión. Lo que se realizó fue una modificación, adaptando el antiguo sistema empleando en la india. Habría que esperar hasta el Siglo XVI para el desarrollo de la cirugía moderna con el profesor Gaspare Tagliacozzi, de la universidad de Bolonia. En aquella época, las prótesis básicas (labios, orejas, nariz) se hacían de bronce, siendo él quien empiece a utilizar la piel natural. En aquella época era bastante frecuente sufrir amputaciones por motivo de duelos con espadas. El método que empleaba el profesor consistía en una intervención, en la cual cosía el hombro a la parte afectada, teniendo que estar durante veinte días sujeto con vendas el brazo a la cabeza para que se regenerara solo. La habilidad de Tagliacozzi se hará famosa por toda Europa, teniendo un tratado “De cortorum Chirurgia Per Insitionem” (1597) donde se relata reparaciones faciales a los soldados, recogiéndose además el método que Brancas había utilizado anteriormente. Igualmente, el cirujano francés militar Ambroise Pare, dentro de su tratado “Dix livres de la chirurgie” (1564), recoge la utilización de prótesis nasales y ortopédicas para extremidades siguiendo el ejemplo de cirujanos italianos.
Los primeros avances importantes vendrían en el Siglo XIX. El cirujano y anatomista Astley Cooper, en 1817, hizo un implante de piel sobre un pulgar amputado para cubrirlo. Heinrich Bunger, en 1823, reconstruyó con éxito una nariz con injerto de piel. En 1844, Jonatan Warren Mason realizó un trasplante de la piel del brazo a la nariz y la oreja. En 1869, el cirujano Jaques Louis Reverdin obtuvo los primeros resultados en injertos epidérmicos en heridas, mediante porciones de piel. En 1886, Von Dhiersch, en vez de usar estos pequeños trozos de piel, usará largas tiras de piel. Louis Léopold Ollier, en 1872, desarrolló un injerto de piel de espesor parcial, que fue mejorado por Karl Thiersch en 1886 (injerto de Ollier-Thiersch). Por último, el espesor de piel total lo describe Fedor krause en 1893 (técnica Wolfe- Krause).
La cirugía de injertos para cicatrizar heridas había tenido un importante desarrollo con las últimas investigaciones a principios del Siglo XX. Esta delicada operación se usaba para la reconstitución de la epidermis, aplicándose trozos de piel arrancados a ese mismo paciente o a otra persona. La difícil intervención resultaba dolorosa, siendo complicando en algunos casos el poder encontrar una piel donante idónea que pudiera usarse para la reparación. En España, esta disciplina empezará a practicarse durante la primera década del Siglo XX, encontrando en la prensa algunas informaciones curiosas sobre casos de esta naturaleza. Uno de estos casos será el de un obrero accidentado en la colonia Guell de Barcelona, que tendrá importantes heridas haciéndose necesario por ello injertos de treinta y cinco de sus compañeros.
La Vanguardia 7/4/1905
Un muchacho de unos catorce años de edad, cayó dentro de un aljibe de pirolignito y caparrosa, recibiendo horribles quemaduras en las piernas. El pobrecito herido fue trasladado a la enfermería de la colonia; han pasado días y las llagas no se cicatrizan, los tejidos de las piernas no adquieren elasticidad.
El enfermo fue trasladado al hospital del Sagrado Corazón y queda al cuidado del doctor Cardenal.
El ilustre cirujano no ve otro modo para atajar los progresos del mal que recurrir a la autoplastia, injertando al herido piel de otro individuo sano y robusto: pero piel arrancada de la carne viva, sin anestésicos, ni paliativos.
La septicemia amenaza de un modo que pronto va a ser irreparable: habrá que recurrir a la amputación si no se halla un ser abnegado que ofrezca su cuerpo para salvar el del muchacho.
Igualmente relevante será el caso de una religiosa que donará piel a un soldado herido en Marruecos.
El Defensor del Obrero 1/7/1910
En el Hospital del Buen Acuerdo de Melilla, la Hermana de la Caridad Sor María, se prestó a que le cortasen del brazo la piel suficiente para curar a un soldado a quien había que practicarle un injerto de piel nueva.
No obstante, entre todos los episodios ocurridos sobre el tema,dosnflicto marroquie destacará uno sucedido en Águilas, cuando el fogonero de un buque resultó herido por estallar una caldera. Este tipo de incidentes resultaba habitual, así como sus consecuencias funestas por las quemaduras de consideración que provocaba. La víctima era un marinero de Glasgow que iba en el vapor Mercurio, cuando ocurrió este fatídico percance.
Después de permanecer varios meses en el hospital, los médicos determinaron que, por la gravedad de las llagas en las piernas, era necesario hacer un implante de piel para poder recuperarse; prestándose espontáneamente dos jóvenes aguileñas, llamadas Inés Piñero Rabal y Manuela Ramírez Soto, a ceder los cuarenta y dos trozos necesarios para el injerto. No hacerlo, podía suponer la amputación de ambos miembros o incluso la muerte para el afectado. La caritativa iniciativa estaba inspirada en la actuación que había tenido la religiosa de Melilla con similares características poco tiempo antes y que había alcanzado una enorme resonancia. No hacerla podía suponer una amputación de ambos miembros o incluso la propia muerte. Entre las dos candidatas se determinó que Manuela Ramírez, que en aquel momento solo tenía dieciséis años, reunía las condiciones idóneas para intentar el tratamiento. Dicho tratamiento era sumamente doloroso, ya que para que fuese efectivo no podía utilizarse anestesia. Los médicos accederán a efectuar la compleja cirugía que acabará de una manera satisfactoria.
La Vanguardia 17/10/1910
Al súbdito inglés Duncan Grout, fogonero del vapor Mercurio, que se hallaba curando de graves quemaduras se le hacía preciso el injerto de piel humana, y se presentó espontáneamente la joven de 16 años Manuela Ramírez, prestándose la abnegada joven al sacrificio.
La operación se realizó felizmente, y la altruista joven se encuentra en satisfactorio estado.
Esta clase de prácticas quirúrgicas no eran entonces normales, siendo de alto riesgo. Habrá por este motivo una campaña en prensa para recompensar su enorme altruismo. Igualmente, empezó a plantearse la unión especial de dos desconocidos con una ideología propia del romanticismo, insinuándose incluso que esto podría marcar el inicio de una relación que podría consolidarse. No obstante, este pensamiento idílico sólo serán unas impresiones aparecidas en un periódico.
El Progreso 9/11/1910
La niña de Águilas sin duda, ha dado su piel por amor. Por amor de novela…. que probablemente se convertía en amor de realidad en la cursi ridiculez de un matrimonio santificado por un cura con absoluta ausencia de toda intervención emocional.
Es el nuevo camino del amor y del matrimonio: dar la piel para cubrir las llagas del que es amado sin saberlo, sin decirlo…. en silencio.
Resaltar la importancia histórica que tendrá esta intervención, porque se produce dentro de un periodo en que este método de trabajo no había sido perfeccionado todavía por la medicina en España, por lo que dentro de su campo puede considerarse como pionero en nuestro país. Los implantes tendrán una importante evolución con el estallido de la Gran guerra (1914-1918), donde las bombas incorporaban metralla que provocaban terribles heridas faciales. El doctor Harold Gillies iniciará la cirugía plástica de reconstrucción atendiendo rostros desfigurados de soldados, usando la técnica india. Hasta entonces, la solución era utilizar unas prótesis que eran una máscara. El desarrollo definitivo de la materia vendría con la Segunda Guerra Mundial, siendo entonces cuando se produzca un cambio en este campo, generalizándose las operaciones estéticas.
El pueblo de Águilas demostró así, nuevamente, el pensamiento abierto y adelantado a su tiempo, así como la humanidad y valentía de sus gentes.