Una de las principales reliquias sagradas de la cristiandad es el “lignum crucis” o madero que usaron los romanos para crucificar a Jesús. Este había sido encontrado por Santa Elena, madre el emperador Constantino, en Jerusalén en el Siglo IV, haciéndose un reparto de sus fragmentos entre diversas iglesias. En la Edad Media los más famosos que se veneraban eran el de la Catedral de Limburgo en Bélgica (Siglo X), los de la Catedral de Cosenza (Siglo XII), la Catedral de Nápoles (Siglo XII) y la Catedral de Génova (Siglo XIII) en Italia, y en España los del Monasterio de Santo Toribio de Liébana (Siglo VIIII), el de la Colegiata de Santa María la Mayor de Caspe (Siglo XIV) y el de la Basílica de la Vera Cruz de Caravaca que desde finales del Siglo XIII se convertirá en un foco de peregrinación, nombrándola el rey castellano Sancho IV en un documento de 1289.
La Cruz de Caravaca se remonta a la incorporación del reino taifa de Murcia a la soberanía cristiana. Jaime I el Conquistador ocupará la ciudad en 1244 que entregará a Fernando III de Castilla, cumpliendo con el Tratado de Almizra del repartimiento de influencias. Este la donará a la Orden de Santiago para controlar este espacio fronterizo. En la sublevación Mudéjar de Murcia (1265-1266), entre las huestes que acompañaron a sofocarla a Jaime I, estaba la Orden del Temple que recibirá el castillo de Caravaca y su jurisdicción, siendo quienes traerán la Vera Cruz de doble brazo como hacía en todas sus encomiendas por su carácter simbólico de cruz patriarcal.
Por otro lado, la leyenda cuenta que se encontraban en Caravaca, cautivos en el alcázar del rey moro Ceyt-Abuceyt, varios cristianos de distinta condición entre los que estaba el sacerdote Ginés Pérez Chirinos que había llegado desde Cuenca a tierras sarracenas en misión de evangelización. Un día, el rey le llamó a su presencia deseoso de saber en qué se ocupaban antes de su cautiverio. Al ser preguntado, el prelado respondió que su ocupación consistía en ejercer el ministerio de convertir el pan en cuerpo de Cristo. Mostró el rey deseos de conocer y presenciar el sacrificio de la misa y encargó que, desde Cuenca, donde estaba la Diócesis, enviaran los necesarios ornamentos sagrados. Iniciando la liturgia se percató que se había olvidado de la cruz, no pudiendo continuar. Entonces se operó el milagro de aparecer por una ventana de la estancia dos ángeles descendiendo desde el cielo con una cruz de doble brazo que depositaron en el altar. Era la que tenía en su pectoral del obispo Roberto, primer patriarca de Jerusalén, confeccionada con la madera de la Cruz donde murió Jesucristo. El suceso será observado con asombro por el rey moro y sus vasallos, quienes maravillados se convirtieron al cristianismo datándose la efeméride el 3 de mayo de 1232.
La reliquia desde entonces hará de bandera y talismán contra ulteriores ataques andalusíes, consolidando Caravaca como bastión de la frontera hispano- musulmana. El nombre oficial con el que se denomina en los documentos es el de Vera Cruz, nombre de carácter templario, pues en donde la orden se asentó aparece frecuentemente dicho título. Desde la Edad Media se le conocerá con el nombre específico de la Vera Cruz de Caravaca, es decir, la verdadera cruz.
Habrá de forma temprana un reconocimiento oficial por parte de la Iglesia hacia la Cruz de Caravaca. Puede citarse entre otras durante la Edad Media y Moderna las indulgencias del antipapa Clemente VII (1392) y las de los papas Pio V (1572), Gregorio XIII (1579), Clemente VIII (1597), Paulo V (1606), Gregorio XV (1621), Alejandro VIII (1690), Inocencio XII (1698), Clemente XI (1705), Clemente XIII (1768), Clemente XIV (1772) y Pio VI (1777). Los predicadores jesuitas y franciscanos llevarán en el Siglo XVI la devoción por la imagen a sus misiones en América durante el descubrimiento, colonización y evangelización del Nuevo Mundo, venerándose como amuleto en las posesiones hispanas, demostrando el valor simbólico de la pieza para la cristiandad.
Durante la ocupación de Caravaca en 1810 por las tropas francesas del coronel Espard expoliaron la custodia de oro de la Vera Cruz que había sido donada en 1536 por el Marques de los Vélez, pero no la reliquia porque había sido llevada con antelación al convento de los Carmelitas, donde se metió en un relicario de madera en forma en Cruz, escondiéndola,
La Cruz será objeto de un robo sacrílego la noche del 13 de febrero de 1934 que representa todo un misterio. Era martes de carnaval y en todas las casas se celebraba la tradicional “noche del reventón”, además de realizarse bailes en distintos locales de la ciudad, por lo que el incidente no se conoció hasta el día siguiente a las nueve de la mañana, cuando un niño que jugaba en los alrededores del castillo observó que se había practicado una abertura en la puerta de San Lázaro. Inmediatamente se lo contó a su madre que dio aviso a Teresa Ramírez, hermana del párroco del Santuario, que acudirá al lugar comprobando que la iglesia había sido profanada. El capellán se encontraba en ese momento en la iglesia del Salvador en Caravaca impartiendo la misa del Miércoles de Ceniza, siendo interrumpido por el sacristán para notificárselo, dándose el aviso pertinente a las autoridades.
El titular del juzgado de Caravaca, D. Andrés León Pizarro, asistido por el secretario, D. Eduardo López de Haro, ordenó la instrucción del oportuno sumario disponiendo como primera diligencia la inspección ocular del lugar del suceso, donde a lo largo de la mañana se había ido concentrando una gran cantidad de personas con la esperanza de conocer más noticias sobre el robo, al tiempo que mostraban su repulsa ante lo sucedido.La Guardia Civil se personó a las doce de la mañana en el lugar de los hechos para practicar las diligencias oportunas. En la puerta de San Lázaro se observó, en la hoja derecha, un pequeño boquete en la madera que dejaba un hueco de 37 cm de alto por 19,5 de ancho. En la escalinata se encontraron enterradas las herramientas con las que se había realizado el agujero, entre las que destacaban un serrucho, un berbiquí, una palanqueta y una barrena. Acto seguido se trasladaron al altar mayor del Santuario. observando que el sagrario se encontraba abierto, habiendo sido violentado y que la reliquia había desaparecido. La cortinilla interior estaba echada y en el suelo estaba la caja tallada de oro y piedras preciosas de la base de la Cruz, lo que hizo pensar que el móvil no fue de carácter lucrativo.
Después continuaron las pesquisas, dirigiéndose a la muralla de la izquierda del Santuario, viéndose que sobre la misma había un gran hierro doblado en forma de gancho terminado en un lado en punta y por el otro una soga de siete metros como la que se usa en las persianas y que acababa tres metros por encima del suelo. La poca consistencia del cordel hacía pensar que este no había sido usado y que los autores del robo debieron entrar en el recinto escondiéndose antes de las ocho de la noche, cuando este se cierra. Lo que sorprendía era que ninguna de las familias que vivían en los torreones del castillo no hubieran visto nada.
Continuando las investigaciones, pudo comprobarse en la Sacristía que el armario donde se guardaban las llaves del Sagrario presentaba señales de haberse intentado forzar para abrirlo, sin resultado, con un cuchillo que se usaba para cortar las velas. Todo esto hizo que cobrara fuerza la versión de que el robo había sido por una persona conocedora del castillo y que había recibido ayuda desde dentro.
La tradición mandaba, desde tiempo inmemorial, que el capellán tenía la obligación de trasladar la Vera Cruz al atardecer, con el toque de oración, desde el altar mayor del Santuario hasta un oratorio en la alcoba donde dormía. Por la mañana, antes de la misa matinal que se celebraba a las ocho y media, se devolvía al templo. Pero esa tarde no había cumplido con la obligación, dejando la reliquia en el templo. De esta manera, todas las sospechas se dirigieron al sacerdote encargado de la custodia, Idelfonso Ramírez Alonso.
Había nacido en Águilas, en 1883, siendo hijo del carretero Joaquín Ramírez García y de Juana Alonso Modéjar. Con solo nueve años de edad se quedó huérfano de madre. El padre, aunque era analfabeto, quiso que tuviera estudios, inscribiéndolo en la academia San José del cura Antonio Mulero Ángel, que lo encaminó a la vida sacerdotal. Idelfonso fue ordenado en 1908, siendo predicado en su primera misa por su antiguo maestro. Estará en distintas parroquias de Murcia y Albacete, hasta que en 1929 fue destinado al Santuario de la Vera Cruz de Caravaca.
Confirmado el robo por las autoridades, la noticia corrió por toda la ciudad rápidamente, motivando una enorme indignación. Los comentarios adquirían tonos de violentos por el apasionamiento. La enorme multitud que se desplazó al Santuario hizo que el sacerdote requiriera al teniente de la Guardia Civil para que enviara más fuerzas que impidieran el acceso al templo. A las cuatro de la tarde, rodeado de la ciudadanía, bajó del Castillo al Juzgado de Instrucción donde entregó las llaves de la iglesia y prestó declaración.
Idelfonso, durante el interrogatorio al que será sometido, declaró que desde que ocupó su puesto siempre quedó custodio de la Sagrada Reliquia del Sagrario, cerrándolo con tres llaves que guardaba en un armario de la Sacristía, conservando la llave de este en la habituación donde dormía como era su obligación. Que vivía en la casa aneja al templo, en compañía de su hermana y una criada, teniendo comunicación con la iglesia por medio de una puerta que hay en la escalera de su casa que siempre cerraba al terminar los oficios con llave y candado, habiéndose acostando la noche anterior a las once como de costumbre sin haber escuchado el mínimo ruido. Que a las cuatro y media del día anterior había expuesto la Cruz a unos forasteros que se lo habían pedido, manifestando por último que en la mañana del miércoles se levantó a las siete y media para bajar a la parroquia de San Salvador donde será avisado de lo sucedido.
Durante todo el día, el tema de las conversaciones no será otro en la ciudad y los comentarios adquirían tonos de violentos por el apasionamiento. Las rogativas implorarán el regreso de la reliquia insistiendo el sacerdote en su sermón que el pueblo no debía sentir anhelos de venganza, pero sí de penitencia, para recuperarla. Habrá varias detenciones, pero pronto se declararon inocentes, Los días siguientes aumentaran la tensión en la población. La pérdida de confianza en las autoridades hizo elevar la indignación a nivel popular, dictando el pueblo sentencia con las informaciones que aparecían en prensa y no tardando en actuar.
Unas semanas después, una manifestación recorrió el centro de la ciudad con destino al castillo para pedir cuentas al capellán, al que consideraban culpable por sus ideas republicanas, después de que una gitana afirmara que había soñado que la tenía escondida en una loseta de su casa. La negación para recibirlos hizo que un grupo entrara, abalanzándose sobre él, sacándolo de su residencia. Lo amarraran, arrastrándolo por la cuesta empedrada de subida al castillo, siendo golpeado y pinchándole incluso con una armara usada para confeccionar suelas de cáñamo. Lo conducirán con la intención de ahorcarlo públicamente hasta la Plaza del Arco, donde la Guardia Civil tuvo que intervenir pistola en mano para evitar el linchamiento, rescatándolo de la multitud, escoltándolo hasta el Ayuntamiento para protegerlo.
En un coche particular, su hermano Joaquín lo recogerá, trasladándolo hasta Águilas, donde morirá dos años después. Idelfonso, durante ese tiempo celebrará Misa en las monjas de la Consolación, además de impartir clases en la Academia de Eduardo Fernández Luna en la Huerta del Consejero, falleciendo en el Hospital y Asilo de las Monjas de la Caridad de Águilas en 1936.
Nunca aparecerá la Cruz. Las teorías de los culpables serán variadas. Una decía que el robo había sido desde la propia institución eclesiástica, en un momento de creciente conflictividad política y social, para proteger la reliquia. Otra que fue por motivos políticos, por haberse alentado por la izquierda arrebatarla para destruirla. Había de carácter ocultista que opinaban que había sido la masonería o los Nazis en su búsqueda de elementos de poder a la cristiandad. En este sentido, se decía que se había visto por la ciudad poco antes un hombre rubio foráneo llegar en una motocicleta que peguntaba cómo subir al castillo. El informe judicial indicaba que había sido el sacerdote el que había entregado la reliquia, siendo llevada a Murcia donde en la rueda de repuesto de un coche será escondida, trasladándola a Madrid donde se pierde su pista. No podrá aclararse el asunto. Habiendo sido dictado el auto en 1939 no pudo declarar, llevándose a su tumba como un secreto la verdad de lo sucedido y si había tenido alguna implicación en el suceso.
Artículo del historiador Pedro Francisco Sánchez Albarracín