El verano ya está aquí; este primer verano en semilibertad, después de los dos que nos robó el coronavirus. En estos días de tantísimo calor, lo que pide nos el cuerpo es tumbarse a la orilla del mar, pensando en lo vivido y en lo por venir, o desfallecer en el sofá viendo deslizarse las aspas del ventilador. La mejor compañía es la de la persona amada, pero también está bien acercarse de vez en cuando a un libro. Lo uno no quita lo otro, y qué mejor placer que compartir lecturas, análisis, reflexiones y también alguna risa boba con esa compañera o compañero de vida tras cerrar con melancolía las páginas de un libro que nos ha hecho sentir especialmente vivos.
Este año 2022 cuyo ecuador acabamos de franquear sufriendo, precisamente, un tiempo ecuatorial, deja en mi mochila de lecturas algunos libros, unos buenos, otros malos y otros que ni siquiera recuerdo –que es lo peor que le puede pasar a un libro, después de las termitas–. Quiero compartir con los lectores y lectoras de InfoÁguilas una pequeña lista, incompleta, subjetiva y desordenada, con algunas lecturas que quizás os hagan más llevaderas esas horas de la canícula en que los minutos se deslizan lentos e interminables como regueros de sudor y uno se siente aperreao, que en el fondo es lo que significa la palabra «canícula».
El primer autor de una novela sobre viajes en el tiempo fue un madrileño llamado Enrique Gaspar y Rimbau, que fue embajador de España en sitios tan exóticos como Macao, Hong-Kong o Francia. Escribió obras en catalán, publicó en un diario filipino en español, y en 1887 editó la novela que yo acabo de leer –más vale tarde que nunca–; grosso modo, un científico español construye una máquina que retrocede en el tiempo y se embarca en ella acompañado de su joven sobrina, un sirviente, una criada, una brigada de húsares españoles y una docena de putas francesas. ¿Qué podría salir mal?
Lo único que le faltó al bueno de don Enrique fue un par de clases de márketing, ya que bautizó a su máquina, y de rebote a su novela, como El Anacronópete, haciendo una de esas secuencias de prefijos griegos que resultan tan verosímiles como escribir un manual de informática en íbero. Tan solo ocho años después H. G. Wells iba a escribir su propio viaje en el tiempo y lo iba a llamar, claro, La máquina del tiempo.
La obra está escrita en clave de humor, y es muy interesante, entre otras cosas, porque es la primera vez –que se sepa– que se debate sobre la paradoja de viajar al pasado y matar sin querer a tu propio abuelo. Se ha hecho una edición facsímil en época moderna, y resulta de verdad una novela amena con momentos de gran profundidad.
Como recompensa por haberme puesto una corbata en el día de su boda, mi hermano y mi cuñada me han regalado una descomunal biografía sobre Hitler, publicada en los años sesenta por los franceses Pierre y Renée Gosset. Dos volúmenes que entre ambos superan las mil páginas, con detalles muy poco conocidos acerca del dictador alemán. Aun sabiendo en qué llegó a convertirse, resulta difícil no empatizar con el Adolf de 18 años que pasó una Nochebuena caminando solo por las calles nevadas de Viena, dos días después de la muerte de su madre. También sorprende saber que aquel joven con ínfulas de arquitecto y de pintor se alojó en un refugio para indigentes... durante tres años. Tres años, un millar de días levantándose en su camastro de una habitación colectiva, desayunando, comiendo y cenando en el ambiente opresivo de un asilo para pobres mientras la vida pasaba alegre a su alrededor.
Excelentes, por otro lado, los ataques de furia salvaje que sacudían a Hitler, un ser absolutamente intolerante ante las frustraciones; golpes encima de la mesa, puñetazos en las paredes, e incluso crisis en las que se tiraba al suelo, con la boca echando espumarajos, tratando de morder la alfombra.
El libro de los franceses solo tiene un defecto, que sorprende e inquieta a medida que los autores van entrando en aquellos años de plomo del nazismo y la guerra: el exterminio judío se toca muy de refilón, apenas se menciona en unas cuantas páginas. Y, por supuesto, las mujeres son invisibles por completo, exceptuando la imprescindible novia-florero Eva Braun y la macabra parricida Magda Goebbels.
Un libro que merece la pena para quienes queráis profundizar más en aquel mal absoluto e inverosímil que fue el nazismo.
El periodista valenciano Manuel Vicent era una de las firmas que mis ojos de adolescente buscaban ávidos en aquel El País donde también reinaban Maruja Torres, Eduardo Haro Tecglen, Rosa Montero o Josep-Vicent Marqués. En el momento de escribir este artículo aún yacen calientes encima de mi cama las mentes destripadas de los hombres y mujeres de Crónicas urbanas, un conjunto de relatos, apuntes al natural, editoriales o cartas de queja con las que Vicent analizó la sociedad de la Transición, entre el asesinato de Carrero Blanco y la expropiación de Rumasa. Narraciones cuya trama te atrapa sin tregua, envueltas en las metáforas más sorprendentes, y finales insospechados por lo verosímiles.
En mis lecturas no falta don Vicente Blasco Ibáñez; este año he conocido Sangre y arena. Un recorrido por la vida de un torero triunfador, sus parientes, amigos y seguidores, que logra interesar incluso a los antitaurinos más acérrimos como este que os lo recomienda, y que le dedica al maestro su más sentido ¡olé!
Otro autor que no puede faltar en mis lecturas es Sven Hassel, el soldadito carne de cañón que combatió en casi todos los frentes de la segunda guerra mundial y se trajo, desde las trincheras congeladas de Rusia, su mensaje que yo siempre resumo de la misma manera: la guerra es una palabra de seis letras que empieza por m. En esta ocasión he disfrutado con La ruta sangrienta, donde Porta, Hermanito, el Viejo, el Legionario y los demás se la juegan como peones en el ajedrez en uno de los escenarios del sur de Europa, para mayor gloria de los generales de cruz de hierro, corazón de plomo y abrigo de visón.
Para no eternizar este artículo, voy a dejarlo de momento con Cita con Rama, el primer libro de una saga muy famosa de Arthur C. Clarke que yo desconocía. La comunidad humana, extendida por la Tierra, la Luna, Marte, Mercurio y otros barrios, ve llegar al Sistema Solar un asteroide de dimensiones perfectas, cuya posible factura artificial se hace evidente cuando la primera expedición logra penetrar en su interior y descubre...
Lo que descubren podéis verlo si os hacéis con el libro. Y la segunda parte de este pequeño listado de lecturas de verano, podréis leerla muy pronto en las páginas de InfoÁguilas.
Gracias por acompañarme, y recordad: hidrataos, no os bañéis en las horas centrales del día y, si os dais una ducha, intentad que sea compartida.
Antonio Marcelo.